Ya perdí la cuenta de cuántas veces me paré frente a ese cuadro y me dejé ir. Desorientado, caminé entre sus girasoles con un habano cubano guiándome desde el humo y un sombrero estrafalario coronó mi cromático desconcierto. En esas costas, conocí a la mujer del desnudo sobre una piedra (su piel olía a manzana verde, a mañana junto al río). Allí golpeé la puerta de una casa vacía que al abrirse me devolvió aquí, a estos zapatos embarrados, a las veredas repletas de poetas y carteristas y a esos demacrados mimos que en la esquina tiran de una soga imaginaria y tanto tiran que me falta el aire; veo visiones, gitanas regalando mascotas, violinistas en un spa, niños que besan al Presidente. Ahora soy yo quien cuelga como un cuadro y él quien entra en mí. Sin sombrero, habano, mujer, piedra, girasoles, manzana, río, casa, puerta, mañana ni humo, se deja ir como un ahorcado.