Dorita y los de rojo
No hay día que no le pida una aspirina. Nunca se le escuchó decir me duele la cabeza ni mostrar algún signo de molestia. Simplemente pide una aspirina, la recibe, agradece y se va. Un día, la noticia altera el monótono ritmo de la oficina. Su muerte -algunos comentan que fue por una hemorragia intestinal- sorprende hasta al más apático. Dorita, la veterana de Soriano & Asociados a la que nunca le falta una aspirina en su cartera, la que surte a cuanto hipocondríaco merodee su escritorio, no puede evitar sentirse algo culpable. Tiene un nudo en el estómago y a cada rato parte al baño a llorar sin testigos. Le duele la cabeza, buena excusa para su diaria aspirina. Se siente un poco mareada, su cara en el espejo se va difuminando como un televisor mal sintonizado. Cae lentamente pero no logra dar con su cabeza en el piso porque una compañera que va entrando alcanza a sostenerla. "¿Dorita, qué te pasa? ¿Estás bien?". Son las últimas palabras que alcanza a escuchar. Cuando despierta en el hospital está rodeada de extraños. Todos están de negro; tienen una rosa marchita en la mano y se la extienden. Ella está demasiado sorprendida y atemorizada como para recibirlas. Cree conocer a uno de ellos; efectivamente, se trata de su compañero de trabajo, el de las aspirinas, la diferencia es que ahora está pelado y lleva una cadenita de oro en el cuello. Llega un punto en que está tan confundida que llama al doctor y le ruega que le cambie la medicación. Era mejor, le dice, cuando los que la visitaban vestían de rojo y le traían chocolates y libros de Corín Tellado.