El minero le dice a su mujer que esta sí, esta será la
última vez que baje. Ya son treinta años, la vista falla, el oído también, y
los pulmones suenan como un rastrojero apunado. Piensa en la jubilación, esa
bocanada de aire puro que habrá de traerle un poco de calma a sus últimos años.
Con lo que cobre, le dice a su mujer, cumplirá el sueño de su vida. Comprará un
violín, ni siquiera le importa que no lo sepa tocar. Una vez que lo tenga en
sus manos, lo colocará en el hombro, recostará su cara en él, convencido de que
quedará igual a la foto de su padre. Algún día, dice, yo seré como él: una
foto. Después de todo, qué otra cosa dejamos cuando nos vamos si no es una
foto, un instante arrebatado al olvido. Un santo y seña para el que viene detrás.