Mi muerto en el placard pide gancho, se hartó de contar,
de esconderse y buscarse; de espiar cuando mi mujer se desnuda o de escuchar
nuestras conversaciones privadas. Se aburrió de no tener hambre, del olor del
Fuyí, de los ruidos del ventilador de techo, de los gritos de mi hija cuando se
despierta sobresaltada por una pesadilla. Mi muerto, dice él, preferiría otro
lugar, otra vida (es un decir), una caja con vista al mar, un habano Cohiba, un
buen vino, algo de sexo. Yo le digo que me tenga paciencia, no soy un tipo de
palabra pero llegará el día en que abra esas puertas y le diga “sos libre,
andate, mi mujer duerme con su alplax y los ositos de mi piyama roncan como un
cantante heavy”. Paciencia, muerto, paciencia.