Defensa al consumidor
Son cuatro. Casi iguales en todo. Lo único que los diferencia es el color del ojo derecho y un sutil olor a especias. Cada mañana desde hace 52 años se levantan a pescar religiosamente. Esto quiere decir: con fe o su equivalente en energía. A mediodía, cuando la alarma suena como un Titanic a punto de, disponen lo obtenido sobre la mesa, con extremo cuidado y precisión de orfebres, y en segundos lo cortan con sus seis afilados dedos. El resultado son pequeñísimos trozos no más grandes que una moneda de diez centavos. Jamás los comen; no es para eso que fueron programados en su momento por el profesor Lisboa. Aunque ven al gato venir por lo suyo, no se permiten dudar de que se trata de un hipopótamo. ¿Qué ganan con un engaño tan pueril? Bastante. Por lo pronto, que cada vez que el animal desaparece por unos cuantos días, el ahorro de comida y espacio se noten significativamente. Entonces son premiados: las noches de plenilunio tienen un merecido descanso para salir a aullar el óxido acumulado.