Los Tilos
Se peleaban para ver cuál de las dos estaba más loca. Quién amaba más. Quién podía tocar más el fondo, rasparlo con la mejilla húmeda y los labios resecos. En cada extremo, la una y la otra. La cocina, la cama, el living, como un ring multiplicado. Y en medio, las palabras, esos dóciles cuchillos tan al acecho desde sus lenguas. El plan: dar en el blanco, dejar moribunda a la víctima, pisarla con el taco aguja o el pie más descalzo que nunca. Apagar el cigarrillo en el silencio que una dejó sobre la mesa, junto al plato sin tocar de la otra. Fuego cruzado en las miradas. Odio, a veces. Amor, todas las veces. Hasta que un día, una de las dos baja los brazos, desde el rincón el corazón exangüe tira la toalla y un S.O.S grita hasta hacerse escuchar. En una habitación blanca, con una silla, un vaso con agua y una flor que trajo la enfermera, ella piensa que ha llegado demasiado lejos o demasiado cerca. El amor deja más tumbas que flores, siempre es así. Aunque lo aprendió muy tarde, al menos se tiene a sí misma en el espejo. Peor es nada, se dice, y abre las cortinas para que el sol le dé en la cara como ese beso que no llega.