Se conocieron en el pasillo de un hospital. Hablo de Rodríguez y Rodríguez. Cuando la enfermera se apareció en la puerta y preguntó “¿Rodríguez?”, ambos se le acercaron con gesto preocupado. Frente a los dos hombres, la mujer amplió la pregunta: “¿Quién es Rodríguez?”. Casi a dúo, respondieron “Yo”. La desconcertada enfermera revisó un papel y creyó así aclarar la confusión: “Luis Rodríguez”. Los dos Rodríguez se miraron. Uno dijo: “Yo soy Esteban”. El otro: “Yo Aníbal”. Más molesta que desorientada, la enfermera resopló y se fue sin decirles nada. Los Rodríguez se convidaron una sonrisa de incomodidad. No les quedó otra que darse la mano y romper el hielo. “Mucho gusto”, dijeron al unísono. Adentro, un recién nacido lanzó su primer berrido en este mundo. Pesaba 3,400, tenía ojos marrones y no se parecía ni a Esteban ni a Aníbal. Sí a Luis, el Rodríguez que la policía acababa de identificar a sólo dos cuadras del hospital. “Cruzó corriendo como loco y no vio que el micro tenía verde”, intentó explicar la anciana que vio todo.