Cuando salió a trabajar, bien temprano, lo encontró paradito ahí en la puerta. Alguien lo había dejado atado a la reja. Al mirarlo a los ojos, el unicornio bajó la vista, avergonzado. El, trató de controlar la emoción y la bronca por los nervios acumulados y sólo atinó a decirle: “Que sea la última vez”. En agradecimiento, Azul corrió a la esquina a buscarle el diario sabiendo que esta vez la única buena noticia era él.