Arriba pasan cosas
A Luk, el ufólogo, Jam lo conoció en un viaje de exploración al Uritorco. Año ‘79, ‘80. Ambos llegaron con el mismo libro en sus mochilas, lo que más tarde sería interpretado por los dos como una primera señal. Si bien no hubo atracción inmediata, al segundo día no paraban de hablar de avistamientos, discos de Bowie, películas de ciencia ficción y de por qué allá arriba pasan cosas. Sin embargo, la hora de regresar llegó más rápido de lo que hubieran querido. Esa noche compartieron carpa, cama y porros. Y donde no deberían haberse visto resplandores, el cielo de sus dos metros cuadrados se iluminó como los ojos de una parturienta. Cuando volvieron en sí, no encontraron respuesta científica para tal fenómeno. Fue más fácil, más práctico, pensar que finalmente habían logrado el milagro de abducirse el uno al otro.