La siesta. Sirenas de ambulancia y reggaeton y disparos en la tele y la calle. Vendedores ambulantes en el timbre. El timbre en toda la casa y los niños escondidos entre los libros y debajo de las camas. Arriba, aviones militares en el laberinto de sus acrobacias. Abajo, las mujeres de los pilotos rezando en voz alta. Un golpe en la puerta, el vaso que cae, la beba que llora, el estómago que aulla, el mueble que se astilla. La siesta. Repentino dolor en el pecho. Se toca como si con ese mecánico gesto pudiera calmar la zozobra interior. Una araña le camina el brazo. Respira profundo, cierra los ojos y se le representa una pared y el agujero que deja un clavo donde quizás colgó un cuadro o un espejo o el banderín de Boca. Hasta que logre determinar qué simboliza esa imagen o si existe alguna relación con la puntada en la periferia del corazón, deja la respuesta (o el final) en suspenso. Y la siesta.