La pecera
Despierta cerca de las 10 y apenas pisa el suelo, siente el agua. Aún adormilado, no se convence de que sea cierto. Bastan unos segundos para confirmarlo. Viene del living; de eso está seguro. El baño y la cocina están en la otra punta, lejos. Al acercarse ve al primer pez boqueando en un ángulo de la alfombra. La imagen es bellísima, tanto que quisiera ser fotógrafo para eternizarla. El segundo está muerto, cerca del televisor, como si hubiera caído de un dibujo animado. Al fondo, centro de toda la atención, la pecera rota. Imposible que se rompiera sola, especula, los vidrios son gruesos y resistentes. Ni una piedra ni un disparo podrían haberlo hecho. Las ventanas no muestran rastros de haber sido violentadas. La puerta está cerrada y la alarma nunca se activó. Nadie más que él tiene las llaves. La única copia alguna vez estuvo en manos de su ex pero ella jura que se las devolvió a su secretaria. ¿Por qué entonces la nota tan nerviosa cuando le dice “te lo juro”?