Antes de dormirse, la mujer se saca el maquillaje, se desnuda con gestos teatrales y escribe: "Cada vez que entra a un ascensor le transpiran las manos. Pero si además debe compartirlo con una mujer, digamos con una medianamente atractiva, queda en blanco. Se marea, pierde el equilibrio y debe tantear los costados para no caer. Pide disculpas, aunque nadie se percate de la verdadera razón del vahído. Ella, que ni siquiera había reparado en ese hombre minúsculo, de bigote ralo y ojos rasgados, le pregunta si se siente bien, si puede ayudarlo en algo. Su perfume, que le llega como un portazo, acaba por marearlo aún más. Cuando recupera el sentido, ella está acostada en su cama y fumando. Antes de que pueda preguntarle quién es, cómo llegó hasta allí, la mujer le dispara entre ceja y ceja. Cuando llega la policía, lo primero que se preguntan los investigadores es por qué tiene esa estúpida sonrisa atravesándole la cara". La mujer deja de escribir y ríe.