Primero
lo escribo, después lo pienso. ¿Qué pierna? ¿Cuál vida? ¿La mía? ¿La de otro/a?
Sigo sentado. Al no caminar no puedo saber si esa pierna es mía. Como no hay
nadie más en la habitación tampoco podría afirmar que se trate de una pierna
ajena. Por el momento, entonces, la pierna y la vida son mías. Me impresiona. Demasiado, diría. Seguiré sentado.