Aldo
también tuvo un payaso triste con una lágrima casi a punto de caer. Lo tenía en
el único cuadro que colgaba en su habitación. El resto era un puzzle de dudoso
gusto, que mezclaba un Boca campeón 1977, un póster de Sui Generis y un retrato
falsamente sepiado junto a sus cuatro hermanos. A los 19, cuando se mudó a Córdoba para
ir a estudiar Psicología, Aldo sólo se llevó un recuerdo de su habitación
adolescente: el cuadro del payaso. Lo último que pensaba era colgarlo en la
pensión que compartía con un riojano y un jujeño. Sin
demora, el primer día en la capital cordobesa, buscó un baldío y allí, ya sin testigos, arrojó
al fuego al payaso triste. Esta vez, la lágrima caía lentamente de sus ojos. De
felicidad, claro.