Encuentra el muñeco totalmente desarmado. Aunque intentara recomponerlo, ya no volvería a
tener la misma forma, es decir no volvería a ser el mismo. No se trata de un
juguete. Su perro se ha metido con su trabajo: atacó sin más a Tomy, el
muñeco con el que se gana la vida como ventrílocuo desde hace 16 años. Inquieto,
consciente de su error, el perro se acerca y le dice “perdón, me equivoqué.
Estaba celoso”. Con una copa en la mano, más borracha que de costumbre, su
mujer completa la escena. “¿Era eso lo que querías escuchar? Ya está, ya lo
escuchaste”. Si fue ella o el perro, le da igual. Tomy está roto y un muñeco
roto es como quedarse sin voz. O como que te corten la lengua cuando estás a punto de decirle...
Tautológico
“Bazar
el elefante”. Tengo el título y no la historia. Hasta que ésta se despierta de
muy mal humor y rompe todo. El final antes que el principio. Un “una vez había”
sin colorado ni colorín.
Cuentito anómalo
Enanos me crecen en la página en
blanco. No árboles, no uñas, no cuentas bancarias. Enanos que ni Blancanieves
se animaría a abrirles la puerta. Enanos de equis metros que desentonarían en
cualquier jardín. Enanos que de grandes nunca fueron chicos. Enanos que no
caben ni en la palabra fin.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)