La mosca, la única que logró sortear la tela especialmente comprada para frenar su paso, estaciona sobre la almohada. Calculo, me tomo todo el tiempo necesario para asestarle el golpe de gracia con tan buena suerte que puedo aplastarla. Una minúscula mancha roja queda impresa en la almohada. A la vuelta del trabajo, mi mujer ve la mancha antes que a mí y no dice nada. Piensa que es de ella. Y sin decir palabra, sale volando.