Desde el piso, como perdido en medio de la bruma, lo vi reírse con sorna y levantar los brazos proclamándose ganador antes de que el árbitro lo decretara oficialmente. Fue lo último que recuerdo de él. Ahora lo leo en el diario diciendo que jamás tuvo dudas de que me iba a ganar. Es mentira, claro que es mentira. Yo le vi el miedo en un rincón de los ojos durante el pesaje. El mismo miedo que tuvo cuando me vio tirado en el piso y temió lo peor, que no despertara más. Un campeón nunca es un asesino, parecía explicarme desde su mirada cada vez más turbia. Quise decirle que no era así pero los ojos se me cerraron de pronto; la toalla arrojada con desesperación por mi entrenador me tapó el rostro como se cubre a un muerto. Y qué otra cosa era yo sino eso.