Cada quien, cada cual
Si tuviera el valor suficiente, elegiría a esa maniquí de la blusa lila y la desnudaría allí mismo para amarla furiosamente contra la vidriera. Siente que entre ambos acaba de nacer una conexión que nadie podría entender. Especialmente los que van y vienen por la vereda sin reparar en su belleza. Ahora la toma cuidadosamente entre sus brazos y la lleva hasta la caja. Después de decirle algo al oído, la deja parada a un costado para sacar su tarjeta de crédito; no se ha percatado de que detrás ya tiene a dos guardias de seguridad dispuestos a sacarlo a empujones a la calle. La cajera no entiende nada. Mucho menos esa expresión de tristeza que va ganando el rostro del maniquí.