Kafé con Cafka
Me espera en el fondo del café donde todo es negro y blanco. Corrijo: él es gris. Hay humo, dos mujeres fumándolo, y yo las veo como trenes que huyen mientras recuerdo mis amores descarrilados (ellas como novelas interrumpidas, como sonatas inconclusas, apenas música terrestre). Franz lee un diario o se esconde detrás de sus páginas. Cuando me siento frente a él me mira fijo a los ojos y dice: Yo no fui. No dice nada más. Se para, deja una moneda de otro siglo y se va con el humo de las mujeres y las mujeres se van con él. Una de negro, otra de blanco, él de gris. El mozo me reclama el diario. Sin pensar le digo: Yo no fui. Pero nadie lo dice como él, con esa voz claustrofóbica como si las palabras se despeñaran de una inevitable telaraña. A tal punto en que queremos abrir una ventana o romper los vidrios o dibujar otra puerta en busca de aire. O pedir la cuenta y volver al mundo, la calle, los colores.