La novia

Con su vestido blanco agitándose, sucio por el paso entre rosedales, jazmines, arbustos y ramas secas, la novia escapa corriendo como en una mala película de sábado por la tarde y sin saberlo termina en una ruta abandonada. Se encuentra con una escena apocalíptica, autos humeando, casas derruidas, árboles caídos. Igual corre sin parar. No parece tener miedo y no se permite mirar hacia atrás, mucho menos arrepentirse por lo que está haciendo. Así, durante horas. Agotada, se detiene en un puente lleno de agujeros y todo oxidado. Jadeando, se recuesta sobre la baranda, tira el ramo al agua putrefacta y en un giro perfecto besa al primer zombie que se le cruza. Ahora sí, la novia inasible respira aliviada. No se hubiera perdonado jamás haberse casado con un vampiro de 184 años tan distinto a ella, una sensible fantasma que sólo habla en lenguas muertas.  

El elefante de Jade

Lo encontré en un puesto callejero de Huizhou, perdido entre sahumerios, pañuelos de seda, anillos berretas y aros estrafalarios. Primero fue el color, después la forma, lo que llamaron mi atención. Me acerqué con curiosidad y supe inmediatamente que sería mío. Pregunté el precio sin importarme la cifra que me dijeran (no podía salir más de 100 yuanes), además me quedaba aún la instancia del obligado -y teatral- regateo. Finalmente, lo conseguí por un valor irrisorio y me lo llevé como quien se lleva el primer premio en una rifa. Maldigo ese día y esa elección. En la tradición china, supe después, mi preciado elefante de jade es símbolo de mala suerte e infertilidad. Antes de regresar, sin dejarme ver, lo tiré por ahí. Mi mujer nunca lo sabrá. Espero que en el futuro haya hijos y que tampoco ellos lo sepan.

A confesión de parte

Miguelito asegura que el perro del circo tiene ojos celestes. Por su parte, el perro sostiene que Miguelito ladra mejor que él. El león desdentado y la niña funánbula han sido convocados para dirimir quién miente o quién muerde. Bajo la carpa, miles de personas e igual número de insectos esperan su turno para soltar un aplauso para uno u otro. La señal de caso cerrado queda a cargo del bufón ad hoc, lo que garantiza la seriedad de lo relatado hasta aquí.

Cementerio indio

La sensación de estar parados sobre un territorio prohibido, en el que un par de señales deberían bastar para darnos cuenta de que no somos bienvenidos. No hay una mirada hostil que nos dé la alerta y tampoco hace falta. Ese algo imperceptible es suficiente para irnos rápidamente. Al tiempo, investigando acerca del lugar, por el testimonio de pobladores que vivieron allí hace demasiados años me entero de que allí existió un cementerio indio. ¿Por qué dejaron sus casas de un día para otro? Según parece, bastó que alguien decodificara lo que decía la piedra debajo del árbol. “Huyan, mientras puedan”, leyó en voz alta el traductor. Y huyeron, claro que huyeron.