El más real

“Lo hice para darle una sorpresa a Dios”, dice Borges tras rezar un padrenuestro en inglés en una minúscula capilla de Escocia. Al otro día, The Sun titula en rojo furioso “Dios ha muerto”. Mientras desayuna, Borges, que no ha leído el diario, comenta a sus anfitriones: “Anoche tuve un sueño muy real. El más real hasta la fecha”. Después calla, esperando una reacción o una palabra que active el relato. Quienes están con él se miran cómplices y disimuladamente tiran el diario a la basura.

O reventar

En el horóscopo maorí el caballo policía sólo es compatible con la grulla iridiscente. De esto es claramente consciente el buho deletéreo, por lo que se ve tentado en poner su mira en la cebra perenne y cantarle hasta que la luna se llene de un rubor apenas detectable desde la osa mayor. Tal vez esto explique por qué el gallo sibarita se vale del cambio de marea para aullar al astro equivocado y provocar que la tierra se sacuda como un perro epiléptico.

Cajitas

Era simplemente El Loco. No se le conocía nombre, o al menos para nosotros ése era su nombre y apellido. Rubio de edad indefinida y ojos saltones, El Loco construía casas, autos, camiones, con cajitas de remedios de todos los tamaños. Era increíble la cantidad que tenía; nosotros, digo mis compañeros de colegio, conjeturábamos dos posibles orígenes de tan amplio stock: una abuela en estado terminal, consumidora de un fenomenal número de medicamentos o, la versión menos creíble, la farmacéutica del barrio, quien prefería regalarle las cajas de los remedios vencidos antes que tirarlos a la basura. Aunque lo intento, no logró recordar su voz. No podría evocar un solo diálogo con él. Lo único que tengo presente como si fuera hoy son aquellas casas con puertas y ventanas trabajadas en detalle, obras que mostraba con una cándida mezcla de emoción y orgullo. Hace más de treinta años que no lo veo al Loco. Si me dijeran que está muerto o que vive en una de aquellas cajitas, lo creería. Juro que lo creería.