¿En qué piensan los luchadores de sumo?

El proyecto piloto, encargado por una universidad privada vinculada a capitales españoles, consiste en salir a la calle y preguntar de improviso -mientras más espontáneo sea el objetivo, mejor- a niños, adultos y ancianos: “¿En qué piensan los luchadores de sumo?”.
Es de esperar que la primera reacción sea de sorpresa para luego inquirir si no se trata de una cámara oculta o una impertinencia sin el más mínimo sentido. Entonces se les explicará que no, que no es ningún chiste y que la encuesta tiene un profundo rigor científico. Lo lógico será que tampoco crean esto y se den dos situaciones: 1) Que molestos den vuelta la cara y sigan caminando como si nada. 2) Que sugieran al encuestador que se busque un trabajo en serio.

No obstante, y luego de mucho buscar, se logra dar con un pequeño pero compacto grupo que entiende claramente la consigna y la responde con sinceridad, aunque se permiten un dejo de ironía o malicia.

Lo que sigue son algunas de las posibles
intuiciones acerca del ¿hasta hoy? desconocido mundo interior de los luchadores de Sumo, esos insondables embajadores del deporte imperial que intentan mantener viva la llama de los dioses Takemikazuchi y Takeminakata.

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- “En ese exacto momento en que la crisálida se transforma en mariposa y se echa a volar”. (Ofelia, 37).

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“En que ese perfume que le regalaron es demasiado parecido al de su jefe y él odia a su jefe”. (Jorge, 25).

- “En que su mujer está sola y su mejor amigo también está solo”. (Raúl, 31).


- “En la mosca que está acercándose y que esa distracción podría costarle la derrota”. (Ana María, 18).


- “En esa gota de transpiración que se le desliza lentamente hacia el ojo. Sabe que no puede evitarlo y sabe que le arderá. ¿Podrá? ¿Le alcanzará con un solo ojo?”. (Emilse, 22).


- “En el avión que acaba de cruzar y en el que viaja su hijo a estudiar en una universidad inglesa. Piensa si le podrá pagarle los estudios. Piensa que tal vez no fue una buena idea”. (Ricardo, 45).


- “En que esa mujer de pollera verde, ubicada enfrente, no deja de cruzar las piernas. ¿Lo estará haciendo a propósito o será un tic nervioso?”. (Adela, 39).


- “En que su contrincante tiene unos hermosos ojos azules y no está nada mal. Si tal vez adelgazara un poco…”. (Juan, 20).


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Testimonio de Ramiro Favero (26), el joven que lleva la bandera argentina en su mawashi. “Cuando me preguntaron si yo, como luchador de sumo estaba de acuerdo con la encuesta, les fui muy sincero: ‘Preferiría saber qué piensa una psicopedagoga de esas que te piden que le digás un animal con el que te identificás'. Parece que les molestó porque me dijeron un frío gracias y se fueron ahí nomás a hablar con mi oponente”.
El susodicho, Omiko Tokoro, un descendiente de japoneses pero más porteño que el Abasto, ni siquiera les tuvo paciencia. Al minuto ya había levantado a una de las encuestadoras por sobre su cabeza y cuando todos pensábamos que la iba a arrojar al estanque con los peces koi, la bajó de nuevo y muy serio le dijo: “¿Te asustaste, no? ¿En qué pensabas vos cuando estabas allá arriba?”.
Asustada y recuperando de a poco sus colores, la chica le contestó con cierta timidez: “En nada, la verdad es que no pensaba en nada”. “Bueno, en lo mismo pienso yo cuando estoy luchando. ¿Te quedó claro?”, le arrojó molesto, sacándola definitivamente del círculo virtual en el que ambos cruzaron esas pocas palabras.
Tan claro le quedó que desde ese preciso momento el proyecto fue totalmente desactivado.El equipo arribó a la simple y contundente conclusión de que el sumo es un deporte ininteligible, demasiado inasequible para ciertas espíritus sensibles que preferirían el lirismo de una pelota de béisbol partiendo en dos el aire o una jabalina arrojada allí donde estacionan los pájaros.
Por sanidad mental, lo próximo que abordarán estos profesionales de la consigna será ahondar en oficios más permeables como los pulidores de mármol, las depiladoras o los afinadores de piano, entre otros tantos seres que hacen de lo suyo una respuesta sin pregunta.