S.M.S.: Q.P.D.

Frena su 307 a la orilla del parquecito. Se baja con dificultad y sin sacarse los lentes oscuros mira para todos lados. A lo lejos divisa a dos chicos en bicicleta. Un perro amaga a acercarse pero cambia de planes y, respondiendo al grito de su dueña, corre hacia la otra punta. El hombre busca el primer árbol que encuentra y en segundos libera horas de líquido y esperas. Con un alivio que le dibuja una leve sonrisa de satisfacción, vuelve al auto y le escribe un mensaje de texto: “En cinco paso a buscarte. Ponete el vestido rojo. Besos”. Enciende la radio, busca algo de música, prende un cigarrillo. Arranca. Al llegar a la esquina se le cae el cigarrillo bajo el asiento, hace una extraña pirueta para alcanzarlo y cuando intenta reaccionar ya es demasiado tarde. Un camión en contramano lo deja reducido a un túmulo de huesos, carne y latas retorcidas. Una hora después, apenas resignada, ella cuelga prolijamente el vestido rojo y empieza a sacarse el maquillaje. Mirándose en el espejo, se dice convencida: “Apostaría a que fue ella. No hay dudas, otra vez fue ella”.

Azul vuelve a casa

Cuando salió a trabajar, bien temprano, lo encontró paradito ahí en la puerta. Alguien lo había dejado atado a la reja. Al mirarlo a los ojos, el unicornio bajó la vista, avergonzado. El, trató de controlar la emoción y la bronca por los nervios acumulados y sólo atinó a decirle: “Que sea la última vez”. En agradecimiento, Azul corrió a la esquina a buscarle el diario sabiendo que esta vez la única buena noticia era él.

El nudista serial

No tiene método ni horario determinado para sus estudiadas apariciones. Lo único que suele repetir son algunos lugares para mostrar lo que él, según reconoció a su abogado, considera un verdadero arte. Algunos especulan que todo comenzó en la facultad con sus estudios de la representación del cuerpo humano. Otros aseguran que de niño fue víctima de un tío abusador. Para su madre se trata de algo mucho más simple, nada vinculado con seudo teorías psicológicas. De chico, recuerda ella, la ropa le producía un molesto sarpullido y él no duraba ni diez minutos vestido. Con el tiempo, la solución se transformó en costumbre y la costumbre en exhibicionismo. Al menos, consuelo pueril, pudo pagar las incontables fianzas con su modesto trabajo de modelo vivo para un puñado de pintores de escaso talento. Y aunque llegó a tener un papel secundario en una famosa película porno de los ‘80, para él no hay nada que se compare a desnudarse en la calle. Ni siquiera esas miradas que dicen más de lo que ven.

Fidelidad

Su perro la saca a pasear. La lleva al bosque de su infancia, la sube al árbol de siempre. Le presta su mejor ladrido de fiesta para después atarla a la rama más débil de un plátano. La mujer grita (no se le entiende qué grita). Tiene un hueso en la boca y una boca en el grito. Lo llama por su nombre pero él ya no la escucha (está en casa orinando sobre el falso Monet). Ella sí puede oírlo a la distancia ladrar de excitación como un castrato. Será recién a la hora del hambre cuando él decida regresar por ese cuerpo todo cadenas y sentirse como más le gusta: la presa persiguiendo al cazador.

El pez de Li Po

Mi psicólogo también es escritor y es el escritor quien dice -tipea en realidad- que escribir un haiku en cualquier momento del día lo salva. Y a mí, que frente a sus propios ojos me alejo cada vez más de la costa, ¿quién me tira una soga, una cuerda de guitarra? ¿Quién me lee su infalible tanka para salir a flote como el visionario pez de Li Po?