Herida

Sus amigos le dicen que está loco, que parece un personaje del Queneau más lisérgico porque anda todo el día silbando canciones de Spinetta. No van a comparar, advierten ellos, silbar Pájaro campana que Jugo de lúcuma o Alarma entre los ángeles. No se sabe cómo, pero el quía puede silbarte cosas como “Ella reía con su fina ropa blanca/ despojándose al sol/ como un fantasma que deshollina todo mi cuerpo/ o “El vino entibia sueños al jadear/ desde su boca de verdeado dulzor/ o “… Los coatíes del monte oirán también la voz/ creando girasoles ocultos el sol se agitará/”. Y lo hace sin una emoción aparente. Cuando ejecuta su arte se muestra inconmovible como un emo o un psicocisne, pero por dentro la belleza le chupa la sangre. ¿Será la herida de París?

Me suena

Un trapecista haciendo equilibrio en un hilo dental. Esa fue la imagen más exacta que se le ocurrió para justificar por qué en un descuido de los que estábamos en el cumpleaños huyó hacia la terraza del edificio y una vez en la cornisa miró la calle con más hambre que sed, buscando una mano abierta que lo invitara a una contrafiesta. A una cena con su corazón jibarizado como único menú. En el preciso momento en que su cuerpo se abandonaba a la inercia y de su lengua muerta colgaba una última palabra, justo ahí sonó el teléfono. ¿Ella?

Yu

¿Sabías que estoy en YouTube?, me pregunta demorando en su boca la bombilla del mate. Sin esperar que le responda, sigue: Sí, se me ocurrió grabarme leyendo un texto mío donde hablo de la inexistencia del amor y de la absurda mitificación del romanticismo en todas sus formas. Por si no lo viste, te cuento: estoy sola en el baño, hablándole al espejo. No usé música; directamente dejé abierta el agua de la ducha. Le da como más textura sonora al discurso y a la vez subraya cada palabra. La cosa termina cuando el vapor ha empañado todo y apenas se vislumbra mi espalda. ¿No está bueno? Antes de que pueda contestarle me escanea los ojos en busca de una respuesta que nunca llega. Le diría que la amo secretamente desde ese día que ella y yo preferimos guardar bajo siete llaves. Pero negocio mi silencio y voy hacia la bombilla como al puerto de su boca. Siempre seré uno más en su facebook. Un póster detrás de la puerta.

La pluma

Al único pájaro varado en el cable de alta tensión lo derriba una piedra. Desde abajo su caída se percibe como una rara parábola que desorientaría al fotógrafo más experimentado. Cuando finalmente toca el piso, del pequeño cuerpo se desprende una pluma. Quisiera pensar que escribo con ella, que no soy yo el de la piedra. A ese niño creí haberlo dejado atrás hace demasiados años.

De su diario

“En algún momento situado entre el derrumbe y el aire que sostiene, todos creemos que el amor o un libro o una botella será el hilo para salir del laberinto. Todos sabemos que ninguna puerta es la salida. Hasta al mejor mago se le vuelan los conejos negros”.

La diez

El plato es cuadrado, con dos flores pintadas y una hiedra estrangulándolas. En el plato no hay carne ni fideos ni una manzana cortada en dos. En el plato flota en aceite un anillo de perlas. Mi padre lo observa un tanto desorientado. Mi madre, más atenta, le explica que se trata de una instalación. El intenta contenerse, masculla un insulto que nadie escucha y se aleja pensando que hizo lo correcto, no contarle jamás a sus compañeros del Ferrocarril que su hijo es un artista conceptual. Su derrocado sueño también sublimaba lo artístico: verlo hacer poesía con la diez.

Sin nexus

Henry Miller trabajó en Western Union. ¿Lo sabrá esta cajera que me cuenta los dólares mientras yo me pierdo en su profundo escote? A ella también le habría resultado muy difícil no caer en las garras de aquel vampiro diurno. De haberla tenido en sus brazos se hubiera visto tentado en escribirle, en llenarle de tinta esos pechos demasiado blancos. ¿Y si intentara hacerlo yo? Como si me leyera el pensamiento, ella borra de su rostro todo gesto de simpatía, recuenta el dinero y dando por terminada una fiesta que aún no empezó me despide con un “gracias” que en su boca suena al equivalente de “nunca vuelvas a llamarme”. Cabizbajo me voy contando los billetes a la misma velocidad con que me hubiera puesto los pantalones antes de huir de su habitación.

Punto final

Donde hasta hace unos pocos años estaba la canchita del barrio hoy se levanta un cementerio privado que apenas cruzar el umbral ostenta un lago pequeño, adornado con un puñado de patos incómodos. En el exacto lugar que ocupaba uno de los arcos hoy se ubica la modesta tumba de un escritor inédito. Dato fácilmente comprobable ya que sus gardenias se dejan ver en una tipografía que bien podría ser una courier, tal vez una garamond.