Techos

¿Alguna vez intentaron ver cómo se ve la vida desde los techos; cómo sobrevive la calle, atravesada por indolentes que nunca llegarán a nada, ni siquiera a sus propias casas? Se pregunta esto mientras mira el techo alquilado, casi a punto de estrellarse contra su cara; es más, esa lágrima que le transita la mejilla no es lo que se dice una lágrima. La ca ñería rota insiste en ofrecerle su cotidiana y miserable lluvia, carente de todo romanticismo. Abajo, mucho más abajo, está él.

La monja azul II

Aunque no hay códices escritos en piel de venado que así lo certifiquen, algunos misioneros sostienen que en tiempos de la conquista -para más datos entre 1620 y 1630- "una bella dama blanca vestida de azul" incursionaba por aldeas indígenas en Nuevo México, allí donde la frontera los divide de Texas. Tras su última visita, la muchacha en cuestión desapareció en el aire, ante el compartido asombro de hombres, mujeres y niños. Al día siguiente, asegura el mismo relato, los lugareños encontraron flores azules jamás vistas por esos lados. Hay quienes aseguraban que eran igual a su manto; es más, que las flores habían crecido donde éste se había arrastrado segundos antes de desaparecer como por arte de magia. No debería sorprendernos entonces que hasta la actualidad la flor oficial de ese estado sea el "bonete azul".
La curiosidad, además de matar al gato o fundar el periodismo, motorizó la pesquisa del sabueso Fray Alonso de Benavides, cuyo extenso currículum era encabezado por el extenso título de Comisario del Santo oficio y Custodio general de la Provincias y conversiones del Nuevo México. Su obstinada investigación lo llevó hasta un convento de clausura en Agreda, un minúsculo poblado de la españolísima Castilla. Allí, en tren de confesiones, Sor María de Jesús le contó al fray-cronista que efectivamente entre1620 y 1630 había estado en Nuevo México y Texas más de 500 veces, hablándole a los indígenas de los dogmas cristianos y repartiéndoles cual tentadores caramelos cruces y rosarios. Tamaño fue el asombro de Benavides cuando ella le reveló que jamás había dejado el convento. Como prueba de que había "estado" en aquellas lejanísimas tierras americanas, le precisó detalles geográficos además de describirle algunas de las costumbres de las tribus. Datos que, impactado, el entrevistador reconoció claramente.
Ella tenía para sí una explicación: seguramente Dios le había dado ese rol de ángel ad hoc para hacerle cumplir el sueño de ser misionera a ella que pasaba sus invariables días en un convento de clausura, en pleno auge de la Santa Inquisición.
En su encierro, sabríamos mucho tiempo después, la monja azul escribía apasionadamente poemas y reflexiones teológicas de una hondura sorprendente, según sus favorecidos lectores.
Su acta de defunción certifica que María de Agreda murió en 1665. Sin embargo, muchos, entre los que me incluyo, creen que no fue tan así. Lo prueban esas flores azules que aún en invierno siguen brotando entre las piedras sin un por qué.

La monja azul I

La historia parte de un equívoco. A ver, lo explico más o menos así: durante años estuve convencido de que existía una canción llamaba La monja azul. Ese título me quedó resonando, dando vueltas como el pegajoso estribillo de la estrellita pop de turno, hasta que un día decidí rastrear a través de un buscador de internet la letra de esa improbable melodía. Asombrado, o en un punto aliviado, comprobé que no existía, pero di en cambio con la historia de la "bella dama azul", también conocida como, vaya casualidad, la monja azul. Caigo en la cuenta de que mi interés puede tener cierta conexión con un temor infantil: así como tantos niños temen a los payasos o los mimos, a mí me despertaban un miedo irracional las monjas. A pesar de sus caras estudiadamente angelicales, ese hábito oscuro e inviolable me aterrorizaba, casi tanto como las gitanas o los políticos. (Continuará...)

Humo, apenas

De su padre heredó una valija llena de humo. Cada domingo, vaso medio lleno, va a la estación a escuchar esa música que sólo él escucha. Y sin embargo, el tren que no llega, igual parte en algún lugar. En él viaja su padre como viaja el río en sus ojos azules. Ahora arroja unas flores a las vías para ese perro de Troya que únicamente descarrila en primavera. Lo maneja su padre. Y viene de la guerra.